Ordenó a los niños que terminaran la lectura y salió del salón.
La migraña era insoportable.
La migraña era insoportable.
Su nombre era Margarita, de profesión maestra. En sus clases mantenía un silencio sepulcral, el terror que infundaba y del cual se enorgullecía, se debía a su instinto de saber quién estaba pegando un chicle en el banco, quién había copiado, quién susurraba. Nada escapaba de su visión omnipresente.
Fue directo al baño. Se refrescó la cara, la respiración jadeante y, con la cara todavía mojada, levantó la vista para mirarse en el espejo. No negaba el peso de los años, sabía que irremediablemente llega el momento de caer; pero ahora que solo le faltaban unos meses para jubilarse, no reconoció su propio rostro. No. Esa no era ella, la del espejo era otra mujer rendida.
-¡Haga silencio!
Los gritos de Daniel permeaban punzantes hasta lo profundo de su cabeza, hervían sus sesos, licuaban su cerebro como hierro fundido.
Lo mandó a la dirección. Al otro día aparecieron los padres de Daniel pidiendo una cita con la directora, estaban ofendidos por el "regaño excesivo hacia su hijo". Margarita sentía la cabeza partirse en mil pedazos, ustedes no saben lo que es el dolor de la náusea que carcome hasta el aturdimiento.
Lo mandó a la dirección. Al otro día aparecieron los padres de Daniel pidiendo una cita con la directora, estaban ofendidos por el "regaño excesivo hacia su hijo". Margarita sentía la cabeza partirse en mil pedazos, ustedes no saben lo que es el dolor de la náusea que carcome hasta el aturdimiento.
Los días siguientes podrían haber transcurrido con normalidad, si no fuera por ese zumbido que la atravesaba cada vez que entraba a clase. No había forma de callar a los niños, de a ratos emergían sus gritos como punzadas agudas y luego cesaban. El psiquiatra la había subestimado, no quería reforzar la medicación porque no sabía tratarla, ¿qué caso tiene creer en alguien que no te puede curar?.
«Daniel no se callaba.»
Tuvo una tregua de tres semanas, creyó que la extraña conexión entre Daniel y sus migrañas había cesado, hasta que ese martes justo antes del timbre de las cinco, las voces emergieron desde todos los rincones de la escuela, le gritaban desde adentro, ¿o desde afuera? la migraña se expandió desde la frente hasta la nuca. Su visión empezó a nublarse y las piernas cedieron al peso de su cuerpo, se recostó a la pared con la mano derecha, no iba a desmayarse por una migraña, intentó urgar en su bolso «¿Dónde carajos las dejé?». Las pastillas no estaban.
En frente, tres niñas la miraban con indiferencia.
Alicia, la directora, sabía que, antes de asumir la dirección de la escuela, Margarita se había ausentado unos años de la docencia por problemas psiquiátricos. Nunca quiso preguntarle detalles; además, en una escuela pública ¿a quién le importa?.
Margarita no fue a clases por unos días. Alicia le propuso tomarse la licencia que fuese necesaria. "No te preocupes, lo más importante es tu salud, Margarita."
En frente, tres niñas la miraban con indiferencia.
Alicia, la directora, sabía que, antes de asumir la dirección de la escuela, Margarita se había ausentado unos años de la docencia por problemas psiquiátricos. Nunca quiso preguntarle detalles; además, en una escuela pública ¿a quién le importa?.
Margarita no fue a clases por unos días. Alicia le propuso tomarse la licencia que fuese necesaria. "No te preocupes, lo más importante es tu salud, Margarita."
Fue insoportable. Los días que se tomó de licencia la sumieron en una depresión insalvable; dejó de ir al psiquiatra, perdió días enteros en la cama, contempló la trayectoria de las ramas de los árboles dentro el marco de la ventana y reforzó su medicación con antidepresivos. Los gritos de Daniel emergían, diariamente, en la cocina, en el baño, en la sala. «No puedo más...»
A tres días de volver a clases, y luego de una semana de noches intranquilas, lo entendió «Ellos querían enloquecerla. La clase entera... ».
Iba a terminar con esto.
La directora se alegró al verla de regreso. Una mujer tan sola como Margarita, con sus problemas depresivos y los achaques de la edad, se merecía una licencia generosa. Ese día comió con los otros maestros, algo raro tratándose de Margarita, se saludaron amablemente, la vio serena. No cabe duda que se había recuperado.
-Hoy haremos un examen -anunció la maestra Margarita. Me acompañaran hasta la sala audiovisual, los llamaré de a uno.
-Daniel, vos vas primero.
La maestra tomó su bolso y salieron de la clase, atravesaron el largo pasillo hasta la sala audiovisual. Cuando estuvieron adentro trancó la puerta.
-Nadie nos puede escuchar ahora -dijo con tranquilidad mientras sacaba el revólver del bolso. Le apuntó a la cabeza.
Regresó a la clase por el siguiente alumno y dejó las llaves arriba del escritorio.
Cuando la directora entró a la sala audiovisual por la grabadora, abrió la boca de par en par y se llevó la mano a los labios. No pudo gritar.
Ahí estaba la maestra Margarita y, en la esquina de la sala audiovisual, yacían los cuerpos inmóviles de doce niños amontonados. Sus uniformes blancos salpicados de sangre sobre un entrevero de brazos y piernas, los hacía verse patéticos.
Regresó a la clase por el siguiente alumno y dejó las llaves arriba del escritorio.
Cuando la directora entró a la sala audiovisual por la grabadora, abrió la boca de par en par y se llevó la mano a los labios. No pudo gritar.
Ahí estaba la maestra Margarita y, en la esquina de la sala audiovisual, yacían los cuerpos inmóviles de doce niños amontonados. Sus uniformes blancos salpicados de sangre sobre un entrevero de brazos y piernas, los hacía verse patéticos.
Los hubiese matado a todos si la directora no hubiera entrado. Margarita se acercó y le puso la mano en el hombro.
-Tenía que callarlos, Alicia. Pero siguen gritando...
No hay comentarios:
Publicar un comentario