El Hambre

Abril, la gata maullaba. Ángela sintió un regocijo. Abrió las cortinas de la ventana y vio un atardecer color rojo sangre; recordó su último periodo. Regresó a la cama, se tiró exhausta, se volvió a levantar; tenía un hambre insaciable. Fue a la cocina y antes de abrir el refrigerador recordó lo que le decía su abuelo: las niñas sanas no comen, dicho difundido desde el terrible suceso que aconteció el tres de abril de 1876: el inicio del contagio. En San Cosme comenzó el terror. 

Fue una de esas cosas que suceden de repente, como el hambre que acechaba a Angela y la sensación de que algo se movía en sus entrañas. Todos sabían lo que estaba por venir pero nadie estaba preparado. Vomitó un poco dentro de su boca, saboreando el jugo gástrico entre los dientes. Un mareo la tumbó en el suelo por horas. Se arrastró al baño, nunca llegó. La cosa la acompañó desde el primer día. Desde 1876 la muerte se instauró en el vientre de cada mujer de su linaje.

El terror emprendía el viaje desde su refugio a la única vía de escape. A escasos metros de la puerta sobrevino una vorágine de dolor. Quería morir, matarse, comerse. El olor a sangre incrementaba junto con su hambre insaciable. El deseo de poner su mano entre sus piernas era incontrolable. Eran dolores de parto. Gimió, gritó, rasguño el suelo; las paredes manchadas de sangre. Salió la cosa.

El veintiocho de abril de 1878 en la colonia San Cosme, a media noche, se encontraba Gabriela jugando a caminar sobre el abismo de las banquetas. Fue rápido; un hombre europeizado, joven y simpático se acercó a ella. Jugaron un rato. Se entendieron con facilidad, Gabriela se arrepentiría. Gritó, lloró, sangró. El hombre también lloraba, el acto lo privó de toda humanidad. No sólo marcaría su vida; la cosa seguiría latente, pasaría a su hija, las hijas de sus hijas; y Ángela desangrándose en su cuarto.

La luz de la luna iluminó su pálido rostro, y una mueca de dolor le recordó el hambre incontrolable. La cosa se retorcía a centímetros de su sexo. No podía pensar, el dolor la paralizaba. El hambre, El hambre. El hambre. Y la cosa iluminada por la luna.

El hambre. La cosa. El hambre. La cosa. El hambre. La cosa a la mano, la mano a la boca. El fin del hambre. El pasado en el vientre. Silencio.




Mayo, la gata maullando.

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Resultado de un ejercicio con tintes dadaístas. Por Fausto Friedrich, Adolfo T. Fraginals y Rodrigo Martínez un 31 de octubre.

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