De vez en cuando hay que dibujar


Autor: Iker Bargas
Técnica: Pastel





Comentarios: El cuadro ganó el tercer lugar en un concurso cuyo nombre no recuerdo organizado por el Tec de Monterrey. Y pues nada, me agradó la idea de publicar algo que no fuera literatura de vez en cuando. ¡Saludos!

La vida y su cariz de letanía.

Construimos extenuantemente una vida de arena cerca del mar. Enarbolamos civilizaciones enteras con sus grandes castillos y torres flanqueadas por grandes muros que serán habitadas por golems del más banal de los carices. 

Nos vanagloriamos y orgullecemos de nuestro trabajo logrado a lo largo de siglos de esmero. Ilusos profanamos la arena que nos vio nacer al mezclarse con la espuma de mar, olvidando que la marea también se cansa de la pedantería de los sublevados. Y cuando las olas con su ímpetu de mar golpeen nuestras murallas, con fútil esfuerzo nos aferraremos a la tierra que erróneamente subyugamos.

Al final que alcancemos el escarpado, al borde del abismo descubriremos la debilidad de nuestros hechos. Y reconoceremos que lo más loable que logramos fueron las reminiscencias de un vago eco que marcó el compás de nuestra poca melodiosa travesía que acaeció en este insoportable flujo de tiempo.

Del joven sin nombre que jugaba a ser artista...

ESCENA INNECESARIA.- INT. CUARTO OSCURO

[A1 llega a su cuarto tras ver a C1 con el che en los tacos]

NARRADOR: Al llegar aquella noche, escribió en la servilleta con la que se limpió la sangre de sus labios partidos.


La añoranza de tus labios ausentes
y el sangrar de los míos,
me demuestran que el sueño de tus besos
no era nada más que eso: un deseo.

Un deseo que quedará en el olvido,
o en el recuerdo
de aquellas noches en las que todavía
era posible soñar con tus besos.

Me encantaba soñar con tus besos…


NARRADOR: A la mañana siguiente, sentía la boca seca. Creyó que era porque la lengua de ella estaba en la boca del pibe. Pero se mentía; solamente estaba crudo.

 [Solía confundir los síntomas físicos con los emocionales. Pobre infeliz… siempre jugando al artista.]

Mirando Cuadros

"Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros.

Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo,
cerca y lejos al mismo tiempo.

Y yo soy un cuadro." *

Buscar refugio, permanecer alejado. Evitar las cosas, renunciarlas. ¿Por qué molestan tanto las cercanías, intimar con las personas? No lo sé, pero por esa razón mantengo mi distancia, me escondo. Huyo, renuncio, evito, a veces sólo me oculto. Vivo de imágenes y no creo poder empezar a hacerlo de sensaciones, de mujeres, de amistades.

Todos somos ilusiones, existencias efímeras y, casi siempre, sin sentido. Las cercanías nos asesinan, nos someten a una forma de degeneración del individuo y su amor propio. Yo no puedo conformarme con esto, no puedo sentar cabeza y aceptar las cosas. He ahí la razón por la que vivo para sentirme fuera del tiempo de los demás (y usualmente lo estoy). La vida para alguien puede ser un ciclo, o una línea, o un espiral; para mí es un acecho externo. Una observación desde fuera: la contemplación de los individuos y los estados de cosas como meras obras de arte. Como cuadros, para ser más precisos. Mi vida es un museo.

Hoy estuve con una amiga. Entre las tazas de té y las bromas durante la preparación de la comida surgió un tema parecido al que intento tratar en éste texto. Ella me decía que renuncio a las cosas (personas, situaciones, es lo mismo) sin importar el grado de felicidad que pueda alcanzar a través de ellas por culpa de un estúpido sentimiento de culpa que me impide amar o disfrutar. Partiendo de ésta premisa, la discusión comenzó a centrarse en la huida a las mujeres, el alejamiento de ellas cuando las empiezo a sentir como cercanas. El momento en que ese individuo pasa de ser una mujer a un mero cuadro.

¿Por qué ésta transformación accidental del ser a la cosa, de la mujer al cuadro?

La respuesta puede no ser sencilla, y tal vez no me alcancen las letras para describirla. El punto es que es inevitable comenzar a amar a una mujer, tarde o temprano pasará. El amor trae consigo un aburrido ritual de cortejo que puede tener como culminación una relación, mero sexo o un distanciamiento real y definitivo (aunque también hay una variable de distanciamiento temporal). Y la relación puede ser hermosa, el sexo magnífico y el distanciamiento sublime, el problema es cuando uno de estos tres resultados nos somete a un estado de miseria mental. Pero esto últimamente ya no me pasa. Antes no encontraba el camino si no llegaba alguien que me tomara la mano y lo recorriera conmigo, ahora ya no necesito ese camino porque los cuadros siempre se mantienen en su mismo sitio. Si no tengo que moverme, si no tengo que realizar el recorrido, puedo evitar todos los estados de miseria mental y sólo dedicarme a contemplar. Los cuadros están ahí, y yo sólo observo. En algunos puedo ver a Sandra buscándome y encontrando mi mano sobre la suya, y en otros puedo ver a Mariana buscando saciar el deseo que mi estado actual me impide ayudarle a satisfacer. Y tal vez sea mejor así. Si Sandra es sólo un cuadro nunca podré lastimarla. No habrá malentendidos, no se tomarán las cosas en serio, no habrá amor.

Y quizás sea ese mi objetivo: evitar el amor cueste lo que cueste. Porque esas banalidades no caben en mi museo, donde simplemente me dedico a vivir desde fuera. Evitar el contacto con todos para ahorrarse los protocolos sociales y las mujeres que se enamoran de uno sin importarles lo hijo de puta que pueda llegar a ser. No es mi culpa, y tal vez tampoco la sea de ellas: de las Marianas y las Gabrielas. Porque en mi empresa por evitar el amor puede haber un par de mujeres consideradas como bajas accidentales en ésta guerra entre los sentimientos y yo.

Por eso los cuadros de Sandra son los únicos que tengo colgados; los otros se pierden con el paso de los días. Es ella la única que me importa, y la única a la que no veo como un medio para terminar con mis impulsos pasionales. A veces me gustaría poder meterme en su tiempo, sumergirme en sus cuadros y contarle la historia del hijo de puta que se enamoró de ella. Y tal vez luego haga un cuento de eso.

*Julio Cortázar, "Rayuela", Alfaguara, primera edición,  México DF,  2011,  pp. 34

Red and yellow


“Its matter of time”,
sorrows of grave,
troubles thy mind,
while thy body felt this expense,
from thy head to thy shank.

“She’ll get to know,
I think she might,
might know”.
Puzzles over riddles,
talking nonsense,
while the mirror spoke…

Tic – toc, tic – toc,
time, timekeeper.
Clock, clock ,
palpitating monody.
Wonders runic music of the night.

Tic – toc, tic – toc,
tis runic ditty,
goes on and on,
as thy thoughts surcease.

As thoughts of fore – bemoanèd moan are foregone,
Thoughts for red and yellow become players of the roll.

Each player shall do thy part
for what thou shall strive to mend,
talking nonsense, but keeping fay,
on patience perforce with willful choler meeting.

Rafa G.A.

Detalle, Azul sobre rojo

Red and yellow

Olas rojas

Ninguna Es Sandra

Mariana duerme abrazada a mí. Puedo sentir su respiración como un alma que bombea satisfacción a partir de cada latido de su corazón. Su cuerpo desnudo irradia un calor que me gusta, y es una mujer hermosa. Pelo castaño oscuro, ojos grandes y poco pelo en los brazos. Me derrito un poco sobre su pelo y le beso la frente, pero no la amo. Tenemos sexo como dos profesionales, sin sentimientos, puros impulsos pasionales. Basura terrenal que no me sirve de nada.

Recorro toda su piel con la punta de mis dedos, una ardiente caricia que no tardará mucho en volver a activar el deseo. Cumplo con el ritual en modo automático: las caricias llevan a los besos, los besos al juego y el juego al grito que se escucha hasta la planta baja del edificio. De nuevo dormir y tal vez volver a tener sexo al despertar, porque es lo que todo mundo debería de hacer a primera hora del día. Y ésta es la aburrida rutina que cumplo de vez en cuando, hacer gritar a muchas Marianas mientras sigo enamorado de Sandra. Amándola pero también renunciándola.

Huir de Sandra y brincar de una realidad a otra, derribar los puentes que hace mucho construí. No lo hago porque no la ame o haya dejado de hacerlo, sino porque ella es la Maga que tanto tiempo estuve preguntándome si encontraría, sin estar listo para hacerlo. A veces veo a Sandra parada delante de mí, lista para saltar a mis brazos y hacerme caminar sobre el paisaje de la luna con sus besos. Pero los paisajes no se pintan de la noche a la mañana, y menos aún cuando no estoy listo para aprender a caminar sobre ellos.

Por eso pierdo el tiempo con las Marianas; con ellas sólo se trata de satisfacer pasiones. No hay lunas que me inciten a enamorarme: sólo pequeños astros luminosos que se consumen en el fin de cada acto. Pero, ¿cómo explicarle a cada Mariana que ella no es Sandra?

Y ese es el problema de cada fin de semana: no importa si son Marianas o Gabrielas... Ninguna de ellas es Sandra.

Domingo


Me llama todos los domingos; nunca lo planificamos, es una rutina natural. Cuando cae la tarde sé que me va a llamar y, desde lejos, sabe que la espero. Preguntamos lo más importante "¿qué tal tu día?" y nos contamos las cosas simples, que son las más valiosas. Ella sabe que entre "¿estás bien?" y "tengo examen el martes", hay abrazos y recuerdos. Entrelíneas, siempre hay un "te quiero" y un "te extraño, mamá".



El Hambre

Abril, la gata maullaba. Ángela sintió un regocijo. Abrió las cortinas de la ventana y vio un atardecer color rojo sangre; recordó su último periodo. Regresó a la cama, se tiró exhausta, se volvió a levantar; tenía un hambre insaciable. Fue a la cocina y antes de abrir el refrigerador recordó lo que le decía su abuelo: las niñas sanas no comen, dicho difundido desde el terrible suceso que aconteció el tres de abril de 1876: el inicio del contagio. En San Cosme comenzó el terror. 

Fue una de esas cosas que suceden de repente, como el hambre que acechaba a Angela y la sensación de que algo se movía en sus entrañas. Todos sabían lo que estaba por venir pero nadie estaba preparado. Vomitó un poco dentro de su boca, saboreando el jugo gástrico entre los dientes. Un mareo la tumbó en el suelo por horas. Se arrastró al baño, nunca llegó. La cosa la acompañó desde el primer día. Desde 1876 la muerte se instauró en el vientre de cada mujer de su linaje.

El terror emprendía el viaje desde su refugio a la única vía de escape. A escasos metros de la puerta sobrevino una vorágine de dolor. Quería morir, matarse, comerse. El olor a sangre incrementaba junto con su hambre insaciable. El deseo de poner su mano entre sus piernas era incontrolable. Eran dolores de parto. Gimió, gritó, rasguño el suelo; las paredes manchadas de sangre. Salió la cosa.

El veintiocho de abril de 1878 en la colonia San Cosme, a media noche, se encontraba Gabriela jugando a caminar sobre el abismo de las banquetas. Fue rápido; un hombre europeizado, joven y simpático se acercó a ella. Jugaron un rato. Se entendieron con facilidad, Gabriela se arrepentiría. Gritó, lloró, sangró. El hombre también lloraba, el acto lo privó de toda humanidad. No sólo marcaría su vida; la cosa seguiría latente, pasaría a su hija, las hijas de sus hijas; y Ángela desangrándose en su cuarto.

La luz de la luna iluminó su pálido rostro, y una mueca de dolor le recordó el hambre incontrolable. La cosa se retorcía a centímetros de su sexo. No podía pensar, el dolor la paralizaba. El hambre, El hambre. El hambre. Y la cosa iluminada por la luna.

El hambre. La cosa. El hambre. La cosa. El hambre. La cosa a la mano, la mano a la boca. El fin del hambre. El pasado en el vientre. Silencio.




Mayo, la gata maullando.

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Resultado de un ejercicio con tintes dadaístas. Por Fausto Friedrich, Adolfo T. Fraginals y Rodrigo Martínez un 31 de octubre.