Salir con chicas es, bueno, un fenómeno que marca la vida
de muchos jóvenes en la sociedad occidental actual. Es tan importante que se
produce un grandísimo número de películas, obras de teatro, programas de televisión,
manuales de seducción, novelas y poemas que giran en torno al tema. Si eres un
hombre, sabes perfectamente de lo que estoy hablando. Si eres una chica, y
sobre todo si eres bonita, deberías de comenzar a darte cuenta de los efectos
que tiene tu personalidad y tu apariencia sobre todos los hombres con los que
convives a diario.
Lo cierto es que, como hombre, es muy probable que el tipo
de chica con el que decidas salir tenga un fuerte impacto en tu futuro, en
cuanto a felicidad, desarrollo personal, relación con la sociedad, etcétera.
Hace no mucho, Iker y yo leímos el artículo que les
compartiremos a continuación. La verdad es que nos ha gustado bastante, y
sabemos que a ustedes también les gustará.
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Sal con una
chica que no lee (Por Charles Warnke)
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la
fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del
sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde
la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca
incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con
trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe
para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan
dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la
lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como
has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco
significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego
de hacerle el amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has
celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación.
Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y
construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un
espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las
veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa
poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir
contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la
maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese
maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte
cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo
contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un
restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un
edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele
al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro.
Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad
de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está
a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha
importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca
hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye
una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos
hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia
y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los
cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete
satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las
caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede
llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de
haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con
una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus
vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su
capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor
que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es
mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un
vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un
vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una
alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica
que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y
desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada
por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que
hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La
literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos
esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como
corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una
chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas
irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe
cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los
que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito,
después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós.
Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una
etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el
ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe
de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los
agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que
haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo,
la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda
en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de
tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido
a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una
biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la
esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha
hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más
de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su
historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son
coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo
lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como
corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al
comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección,
a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí,
chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu
Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Sal con una
chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no
en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado
demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y
que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida
lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a
leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que
grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un
tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda
mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más
si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la
calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema
deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café
porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha
creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de
indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale
si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami.
Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si
te dice que entendió el Ulises de
Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o
si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su
cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien
sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y
hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es
consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras
va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si
lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu
necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación,
valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y
que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la
posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver
a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es
consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen
saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una
novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca,
y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra
su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas
durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los
protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre
lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en
medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta
casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu
corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho.
Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos
aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat yAslan,
e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la
vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la
nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces
una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo
tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te
vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá,
invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
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Publicado originalmente en:
http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904
Había pensado yo en algo similar... pero con una deportista :P
ResponderEliminarSaludos