02/Dic/2007 - 17/Ene/2011

Me prometí ya no volver a escribirte... Pero aquí estoy de nuevo, vaciándome sobre hoja en blanco. Pensando en lo que podría decirte, y en la manera en la que no debería hacerlo. Recordándote, sumergido en la locura de ésta eterna añoranza.

Me cuesta un enorme esfuerzo hablar de ti. Debería de empezar por intentar describirte, y que de ésta manera entiendas por qué tu ausencia causa tanto sufrimiento a mi alma. O tal vez sea yo el que deba entenderlo.

Recuerdo que eras delgada y hermosa. Y digo hermosa, porque en realidad lo eras. Podría describir lo sublime que resultaba tu mirada, o lo perfecta que me parecía tu sonrisa, pero me tomaría un gran número de líneas el poder aproximarme a una descripción exacta. Simplemente me limitaré a decir que ninguna mujer igualará la belleza de tu rostro, o la musicalidad de la voz que salía de esos labios que alguna vez fueron míos. El Creador hizo su mejor trabajo con tu apariencia, creando una ilusión que aún acude a mi en solemnes noches como ésta.

Y es esa ilusión la que me perturba, la que me enloquece y hace que te escriba. Tu imagen me persigue no sólo en sueños, sino también durante el día. Me acosa y no me permite estar en paz, tu figura encuentra reflejo a donde mire. Tu sonrisa no me permite encontrar soledad en ningún lado, no te he soltado.


No encuentro reposo de ésta agonía. Tu esencia continúa circulando por mis venas, tu presencia sigue contaminando y corrompiendo mi alma. No puedo deshacerme de ti. Los recuerdos acuden a mi como cuervos, atormentándome cada noche con la idea de que todo se fue a la mierda. Pensaba que algún día podría recuperarte, que el sufrimiento que describo sólo sería pasajero. Creo que nunca me había equivocado tanto. Cada día me doy cuenta de que nuestro amor muere, como el sol lo hace cada día en el horizonte. Cada noche sólo me dedico a buscarte, justo como la luna, con el sol, lo hace. Pero mientras más pasa el tiempo, me he dado cuenta de que mi labor comienza a ser inútil. Tal vez nunca volverás, y yo seguiré aquí como un loco, como Penélope, asomado a la ventana de la irrealidad, atento a una llegada que fue anunciada sin esperanzas.

Y esos cuervos que me causan tanto tormento son tan irreales como la expectación de tu regreso, pero tan reales como el amor que alguna vez tuvimos. Sin ti, tan sólo soy un niño tentando ciegamente en las sombras de mis recuerdos. Creo que lo peor de todo no es tu ausencia, ni el hecho de que tu imagen venga a mi a todo momento para causarme tanto tormento, sino los recuerdos que todo esto, en mi, evocan. Los recuerdos son el alimento de la agonía y el desamor, son los que provocan que mi alma se lamente sin remedio en su refugio eterno. Son los recuerdos los que me mantienen vivo, y los que me hacen morir un poco cada noche al escribirte algo.

Y ya hablando de recuerdos, tal vez sea bueno desahogar alguno.

Recuerdo que nuestra historia empezó. No recuerdo cómo ni cuándo fue que tu belleza se abrió camino hacia rincones de mi corazón que yo creía se encontraban ya marchitos. Éramos dos niños jugando a estar enamorados, y vaya que lo jugábamos bastante bien. Tomarte de la mano era sentir que mi alma finalmente se encontraba completa, éramos tan inocentes que pensábamos que nuestro amor no podía hacer nada más que mejorar, que sólo podía alcanzar la perfección. Tenías la belleza y la mirada de una niña, y yo era tan estúpido como un niño.

Pasó algo de tiempo, y, mientras más nos enamorábamos, más nos completábamos el uno al otro. Recuerdo todas las tempestades a las que sobrevivimos, todas las adversidades que el destino, y otras mujeres, nos pusieron en el camino. Tal vez nunca fui el mejor, pero siempre intenté serlo, porque tú lo eras para mi. No había mañana en la que los pájaros no contaran, como bardos, la historia de mis labios buscando a los tuyos. No podría decir que nuestro amor encontró su auge en alguna etapa o lapso de tiempo, porque yo siempre me encontré satisfecho.

Dejamos de ser unos niños para convertirnos en unos niños un poco más grandes que se amaban tanto que El Creador se encontraba furioso de haber creado un sentimiento tan sublime entre dos humanos. Ya no éramos tan niños, pero aún éramos lo bastante ingenuos como para pensar que esto podría ser eterno. Tal vez éramos los únicos dos seres en el universo sin el alma fragmentada, tal vez llegamos a ser ese andrógino que Platón describe en "El Banquete", nuestros seres se fundían en su propia existencia para crear la única historia verdadera de amor que la humanidad ha podido presenciar. Y todo era tan bello, que sólo El Creador podía joderlo.

Llegamos al otoño de nuestro amor de un día al otro, el destino te puso demasiado lejos. La lejanía fue el cáncer que impidió que cumpliéramos todos nuestros sueños juntos. Teníamos la tonta idea de que la distancia no podría separarnos tanto, pero vaya que lo hizo. La sombra de la incertidumbre vino a posarse sobre nosotros, y el camino más fácil me pareció mandar todo al carajo. Terminar por las "buenas". Coño, que soy un pendejo.

Y así, soltaste mi mano, y cuando miré a los lados, ya te habías desvanecido. Me encontré solo, pero no lo suficiente para disfrutarlo. Tu belleza seguía tatuada en mis ojos. Creo que comenzaste a odiarme, a sentir cierto rencor hacia mi, y te doy toda la razón. Pero no podía seguir enamorado de una fantasía. Porque la distancia te convirtió en eso, en una fantasía, una idea. Y las ideas no besan, no te toman de la mano, no te aman. No fui yo el culpable de que todos nuestros sueños se quedaran sin cumplir, de que ese andrógino continúe separado, de que ya no nos amemos como podríamos hacerlo.

Fue el destino, o El Creador. Y aquí es cuando dejo de ser la Penélope de Homero para convertirme en el Edmundo de Dumas. Teníamos algo que cualquier Dios envidiaría, ya que ese sentimiento nunca podrá ser alcanzado por algún otro ser en lo que resta de la existencia, y he ahí la razón de ésta injusticia. Si pudiera tomar venganza contra alguien, la tomaría. Haría todo por recuperarte, como Edmundo a Mercedes.

Prometí ya no volver a escribirte, pero tal vez lo siga haciendo toda mi vida. Eres la musa que inspira la agonía que me hace escribir. La causa de la melancolía que me hace ser quien soy. Nunca dejarás de ser lo que llegaste a ser para mi, y tal vez debería de alegrarte esto. Yo sigo esperando tu regreso.

Espero que nunca llegues a leer esto.

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Estimado lector anónimo, si has llegado al final de éste texto, te doy las gracias por hacerlo. Creo que nunca había desnudado mi alma tanto.

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