El Descenso


El hombre no pudo controlar el movimiento del taladro; debajo de él, la escalera resbaló. Sintió el repentino golpe contra el suelo de cemento del edificio. El taladro, que le cayó arriba, abrió una profunda herida en el abdomen, justo a la altura del bazo.

Inconscientemente llevó las manos a la carne expuesta, la sangre se escurría en torrentes por sus dedos. Agarró el pañuelo gris que había en el suelo, a la luz del reflector, y se presionó fuertemente intentando detener la hemorragia.

Un riachuelo oscuro emanaba desde el abdomen del hombre hasta la base de la escalera tumbada, dibujando trazos silenciosos. Agarró la botella de tequila que habían dejado los obreros del turno de la tarde, y la fondeó. Le supo a agua.

El hombre escuchó el ruido de sus compañeros cuatro pisos arriba, intentó gritar pero no lo escucharon, el ruido del taladro en el suelo, todavía encendido, impedía todo intento de comunicación. Pero el hombre no quería morir. Se abalanzó hacia la escalera, solo debía bajar siete pisos, salir de la obra y cruzar la calle para llegar al hospital.

Seis. Se detuvo un momento, estaba en penumbras, le faltaba el aire. Cinco. El pañuelo no ayudaba en nada, lo tiró, estaba empapado de sangre; se recostó a la pared, se quitó con dificultad la playera y se hizo un torniquete con ella para seguir deteniendo la hemorragia. La perforación del taladro era de poco diámetro, aunque profunda. Siguió descendiendo. Cuatro. Tres. Desde arriba llegaba el sonido del taladro hidráulico, todavía en el suelo ¿En qué piso estaba?.

El sábado es el cumpleaños de Lupita.

Por suerte la obra estaba frente a un hospital público, lo enviarían directo a emergencia. Esto lo cubrirá el seguro... ¿Llegaría a tiempo?

El hombre notó que la sangre salía con más lentitud, si bien estaba perdiendo el equilibro el dolor había cesado. Dos. Uno. Las manos le temblaban, la hemorragia, afortunadamente, se había detenido. Tropezó con una herramienta, afuera se escuchaba el sonido de los carros solitarios atravesando el Anillo Periférico.

Le voy a dar la bicicleta por la mañana, antes de que lleguen todos. 

La colonia estaba en penumbras, una luz del alumbrado público ayudaba a divisar los contornos de las casas, las veredas y los árboles. La cuadra estaba desierta, solo alguna rata, o ruidos de los obreros irrumpían en la tranquilidad de la noche.

Cruzó la calle y giró a la derecha. Un taxi que venía por la avenida aminoró la velocidad al pasar frente a él, pero no se detuvo. Le faltaba poco para llegar a la puerta del hospital, sus piernas se deslizaban sin el mayor esfuerzo, aunque perdía el conocimiento. 

A Guadalupe González, su hija menor, le iban a hacer su fiesta de cumpleaños este sábado por la tarde. ¿Sábado? Sí, o viernes...

Estaba a unos metros de la clínica. Detrás de él un sendero de sangre atestiguaba su agonía, ya no sentía nada.  

Con el peso de su cuerpo empujó las puertas del hospital, avanzó pocos centímetros hasta que sus piernas cedieron. 

El viernes...

Tendido en el suelo, el hombre flexionó lentamente sus brazos.

Y dejó de respirar.



  

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