02/Dic/2007 - 17/Ene/2011

Me prometí ya no volver a escribirte... Pero aquí estoy de nuevo, vaciándome sobre hoja en blanco. Pensando en lo que podría decirte, y en la manera en la que no debería hacerlo. Recordándote, sumergido en la locura de ésta eterna añoranza.

Me cuesta un enorme esfuerzo hablar de ti. Debería de empezar por intentar describirte, y que de ésta manera entiendas por qué tu ausencia causa tanto sufrimiento a mi alma. O tal vez sea yo el que deba entenderlo.

Recuerdo que eras delgada y hermosa. Y digo hermosa, porque en realidad lo eras. Podría describir lo sublime que resultaba tu mirada, o lo perfecta que me parecía tu sonrisa, pero me tomaría un gran número de líneas el poder aproximarme a una descripción exacta. Simplemente me limitaré a decir que ninguna mujer igualará la belleza de tu rostro, o la musicalidad de la voz que salía de esos labios que alguna vez fueron míos. El Creador hizo su mejor trabajo con tu apariencia, creando una ilusión que aún acude a mi en solemnes noches como ésta.

Y es esa ilusión la que me perturba, la que me enloquece y hace que te escriba. Tu imagen me persigue no sólo en sueños, sino también durante el día. Me acosa y no me permite estar en paz, tu figura encuentra reflejo a donde mire. Tu sonrisa no me permite encontrar soledad en ningún lado, no te he soltado.


No encuentro reposo de ésta agonía. Tu esencia continúa circulando por mis venas, tu presencia sigue contaminando y corrompiendo mi alma. No puedo deshacerme de ti. Los recuerdos acuden a mi como cuervos, atormentándome cada noche con la idea de que todo se fue a la mierda. Pensaba que algún día podría recuperarte, que el sufrimiento que describo sólo sería pasajero. Creo que nunca me había equivocado tanto. Cada día me doy cuenta de que nuestro amor muere, como el sol lo hace cada día en el horizonte. Cada noche sólo me dedico a buscarte, justo como la luna, con el sol, lo hace. Pero mientras más pasa el tiempo, me he dado cuenta de que mi labor comienza a ser inútil. Tal vez nunca volverás, y yo seguiré aquí como un loco, como Penélope, asomado a la ventana de la irrealidad, atento a una llegada que fue anunciada sin esperanzas.

Y esos cuervos que me causan tanto tormento son tan irreales como la expectación de tu regreso, pero tan reales como el amor que alguna vez tuvimos. Sin ti, tan sólo soy un niño tentando ciegamente en las sombras de mis recuerdos. Creo que lo peor de todo no es tu ausencia, ni el hecho de que tu imagen venga a mi a todo momento para causarme tanto tormento, sino los recuerdos que todo esto, en mi, evocan. Los recuerdos son el alimento de la agonía y el desamor, son los que provocan que mi alma se lamente sin remedio en su refugio eterno. Son los recuerdos los que me mantienen vivo, y los que me hacen morir un poco cada noche al escribirte algo.

Y ya hablando de recuerdos, tal vez sea bueno desahogar alguno.

Recuerdo que nuestra historia empezó. No recuerdo cómo ni cuándo fue que tu belleza se abrió camino hacia rincones de mi corazón que yo creía se encontraban ya marchitos. Éramos dos niños jugando a estar enamorados, y vaya que lo jugábamos bastante bien. Tomarte de la mano era sentir que mi alma finalmente se encontraba completa, éramos tan inocentes que pensábamos que nuestro amor no podía hacer nada más que mejorar, que sólo podía alcanzar la perfección. Tenías la belleza y la mirada de una niña, y yo era tan estúpido como un niño.

Pasó algo de tiempo, y, mientras más nos enamorábamos, más nos completábamos el uno al otro. Recuerdo todas las tempestades a las que sobrevivimos, todas las adversidades que el destino, y otras mujeres, nos pusieron en el camino. Tal vez nunca fui el mejor, pero siempre intenté serlo, porque tú lo eras para mi. No había mañana en la que los pájaros no contaran, como bardos, la historia de mis labios buscando a los tuyos. No podría decir que nuestro amor encontró su auge en alguna etapa o lapso de tiempo, porque yo siempre me encontré satisfecho.

Dejamos de ser unos niños para convertirnos en unos niños un poco más grandes que se amaban tanto que El Creador se encontraba furioso de haber creado un sentimiento tan sublime entre dos humanos. Ya no éramos tan niños, pero aún éramos lo bastante ingenuos como para pensar que esto podría ser eterno. Tal vez éramos los únicos dos seres en el universo sin el alma fragmentada, tal vez llegamos a ser ese andrógino que Platón describe en "El Banquete", nuestros seres se fundían en su propia existencia para crear la única historia verdadera de amor que la humanidad ha podido presenciar. Y todo era tan bello, que sólo El Creador podía joderlo.

Llegamos al otoño de nuestro amor de un día al otro, el destino te puso demasiado lejos. La lejanía fue el cáncer que impidió que cumpliéramos todos nuestros sueños juntos. Teníamos la tonta idea de que la distancia no podría separarnos tanto, pero vaya que lo hizo. La sombra de la incertidumbre vino a posarse sobre nosotros, y el camino más fácil me pareció mandar todo al carajo. Terminar por las "buenas". Coño, que soy un pendejo.

Y así, soltaste mi mano, y cuando miré a los lados, ya te habías desvanecido. Me encontré solo, pero no lo suficiente para disfrutarlo. Tu belleza seguía tatuada en mis ojos. Creo que comenzaste a odiarme, a sentir cierto rencor hacia mi, y te doy toda la razón. Pero no podía seguir enamorado de una fantasía. Porque la distancia te convirtió en eso, en una fantasía, una idea. Y las ideas no besan, no te toman de la mano, no te aman. No fui yo el culpable de que todos nuestros sueños se quedaran sin cumplir, de que ese andrógino continúe separado, de que ya no nos amemos como podríamos hacerlo.

Fue el destino, o El Creador. Y aquí es cuando dejo de ser la Penélope de Homero para convertirme en el Edmundo de Dumas. Teníamos algo que cualquier Dios envidiaría, ya que ese sentimiento nunca podrá ser alcanzado por algún otro ser en lo que resta de la existencia, y he ahí la razón de ésta injusticia. Si pudiera tomar venganza contra alguien, la tomaría. Haría todo por recuperarte, como Edmundo a Mercedes.

Prometí ya no volver a escribirte, pero tal vez lo siga haciendo toda mi vida. Eres la musa que inspira la agonía que me hace escribir. La causa de la melancolía que me hace ser quien soy. Nunca dejarás de ser lo que llegaste a ser para mi, y tal vez debería de alegrarte esto. Yo sigo esperando tu regreso.

Espero que nunca llegues a leer esto.

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Estimado lector anónimo, si has llegado al final de éste texto, te doy las gracias por hacerlo. Creo que nunca había desnudado mi alma tanto.

Salir con chicas que no leen / Salir con chicas que leen

Salir con chicas es, bueno, un fenómeno que marca la vida de muchos jóvenes en la sociedad occidental actual. Es tan importante que se produce un grandísimo número de películas, obras de teatro, programas de televisión, manuales de seducción, novelas y poemas que giran en torno al tema. Si eres un hombre, sabes perfectamente de lo que estoy hablando. Si eres una chica, y sobre todo si eres bonita, deberías de comenzar a darte cuenta de los efectos que tiene tu personalidad y tu apariencia sobre todos los hombres con los que convives a diario.


Lo cierto es que, como hombre, es muy probable que el tipo de chica con el que decidas salir tenga un fuerte impacto en tu futuro, en cuanto a felicidad, desarrollo personal, relación con la sociedad, etcétera.

Hace no mucho, Iker y yo leímos el artículo que les compartiremos a continuación. La verdad es que nos ha gustado bastante, y sabemos que a ustedes también les gustará. 

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Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. 

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. 

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe. 

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato. 

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca. 

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella. 

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace. 

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. 

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos. 

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat yAslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

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Publicado originalmente en: http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1904

Retratos en el café - Fade In: Nothingman

Shadows are falling and I'm running out of breath. Keep me in your heart for a while.

Solo. Entre muros. Una sola puerta. Invierno. Fade in. No escribo las palabras correctas, porque no puedo. Fade fucking in. Humea el café. Humea el cenicero. Se encierra la mezcla de ambos olores y me envuelve, sin asfixiarme. Me abraza. Pero el café no es fuerte, no lo suficiente. Whisky. Doble. Un poco más. Fade fucking in. (Walks on his own...) Palabras sin sentido en la hoja. La máquina de escribir es un sinsentido; el escritor es un sinsentido obligado a retratarse en palabras, símbolos, signos, significados. Más Whisky, más café. Tu recuerdo. (With thoughts he can't help thinking) Keep me in your heart for a while.

How I wish you were here. We're just two lost souls swiming in a fish bowl, year after year. How I wish you were here. (Caught a bolt' a lightning'...) Te dejo escapar poco a poco, mujer (Cursed the day he let it go...). Solamente el eco de tu voz permanece. Estático. Quiero tocarlo, sentirlo, domarlo, beberlo, EMBRIAGARME (And he who forgets is destined to remember). Wish you were here. ¿Y qué escribo? ¿Qué retrato si no me encuentro?

"Somos distancia". ¿Lo somos? (Nothingman) Palabras sin sentido (Nothingman). Más Whisky en el café. De nuevo. Fade in. Tú y yo no somos distancia porque ahí estoy. Ahora mismo, mujer. Sometimes when you're doing simple things around the house, maybe you'll think of me and smile. Keep me in your heart for a while. ¿Cómo va a haber distancia si no nos podemos separar? You know I'm tied to you like the buttons on your blouse. Keep me in your heart for a while.

Recuerdos imborrables (Could have been something). Éramos la tormenta perfecta (Nothingman). Keep me in your heart for a while.

"Tal vez nunca leas esto. Probablemente no tenga el valor de verte de nuevo. (Some words when spoken...) No sé decir perdón, no sé disculparme ni conmigo mismo. No he querido lastimarte. Eres la perfección que todos buscan a lo largo de su vida. Si de algo vale, perdóname. (...Can't be taken back). Nunca voy a poder dejar atrás todos los recuerdos, y nunca podré dejar de agradecerte cada una de las cosas que hemos pasado juntos. No podré encontrar en ningún rincón del planeta un sentimiento como el que me causa mirarte, tocarte. (Isn't it something? Nothingman). Nada puede ser igual después de esto.

Quiero que si alguna vez me recuerdas puedas sonreír. Yo no puedo evitarlo. Sale de mí esa sonrisa natural que acompaña una lágrima. Los caminos diferentes son malditos. Pensar que no te volveré a ver me está matando, y quizás cuando despierte me quiebre y me arrepienta de haber dejado a la deriva esta carta, esperando que algún día la leas. Porque las cosas que deben pasar suceden de una manera u otra. (Isn't it something? Nothingman).

Angie, no hay heridas que no nos marquen. No hay heridas que no se pueden curar".

Más Whisky. No veo ya claro. Enciérrame, soledad. Fade in. Fade out. (Nothingman).

(Oh she won't feed him... after he's flown away).

Delirio

Todo era oscuro. Muy oscuro.


Ya estaba acostumbrado. Finalmente, eran mis paseos nocturnos los que permitían que no me volviera loco. Pensándolo bien, eran lo que evitaba que le hiciera caso a mis impulsos y terminara durmiendo dentro de una doncella de hierro. Esa noche se cumplía un mes desde que me dedicaba a deambular por la ciudad al ocultarse el sol.

Caminaba bajo la banqueta, pero lo suficientemente cerca como para subirme a ella en caso de que un coche viniera de frente. Mis paseos nocturnos usualmente consistían en caminar la calle Boundary a todo lo largo, para luego doblar a la derecha en Miskatonic Avenue, caminar unas cuantas cuadras y finalmente llegar a mi destino: el cementerio Christchurch. El cementerio de Arkham.

Esa noche, sin embargo, decidí iniciar mi recorrido por la calle Church, pasando la Universidad de Miskatonic por detrás. Ya había escuchado los rumores de la posesión nocturna sufrida por Walter Gilman en ésta misma calle. Sin embargo, yo nunca había creído en los oscuros relatos que rodean la vida diaria de los habitantes de Arkham. 

Así que, salí de casa y emprendí el recorrido. El cielo nocturno que observé al voltear la cabeza hacía arriba era justo lo que esperaba: el clásico cielo nublado de Massachusets. Me sorprendió ver que a veces la luz de la luna lograba colarse entre las nubes. Luna llena.

Fue justo antes de llegar a la Iglesia de Cristo cuando caí en cuenta de que no llevaba ninguna flor. Y yo siempre llevaba una flor. No podía ir a visitarla sin una, debía hacer algo rápido.

Recordé que siempre llevaba un cuchillo en el bolsillo. Rápidamente busqué en los alrededores por una flor, o al menos algo que se pareciera a una. Logré ver algo un poco más atrás de la calle Church, justo en la esquina de la Universidad de Miskanotic. Corrí y vi que era una rosa muy hermosa. Corté el tallo con mi cuchillo y la llevé conmigo.


Seguí mi recorrido. Las estrellas me decían que la noche ya no era tan joven, y aún quedaba un largo camino que recorrer. Odiaba Arkham. Odiaba todo lo que me recordara a ella, y Arkham lo hacía. La melancolía se hacía presente en mi vida diaria, acompañada por un par de cuadros de depresión y una vida que yo describiría como una constante agonía. Hace un mes que ella murió, y que sigo esperando a mi muerte. Hace un mes que una bestia de plumas negras, arrojada por la tempestad, vació su alma en las palabras "nunca más", haciéndome entender que ni la más demoniaca magia la traería de vuelta. Haciéndome entender y, sobre todo, haciéndome llorar.


Absorto en mis melancólicos pensamientos fue que llegué a Peabody Avenue, donde doblé a la derecha. Esta calle se encontraba un poco más iluminada, y esto me molestaba. Había una taberna donde los ciudadanos venían a ingerir diversos tipos de veneno hasta embriagarse. Pasé la taberna de largo, enfurecido por la asquerosa música de moda que llegaba a mis oídos. Más adelante me topé con un grupo de borrachos. Me asqueaban. Siempre he sentido una gran repulsión hacía los miembros de la sociedad que no hacen más que estorbar con su misma existencia. Seres insignificantes que bien podrían merecer la muerte a manos de la tuberculosis. Evité el contacto con estos hombres, no sin antes hacerles sentir el repudio a través de mi mirada, y finalmente llegué al cementerio Christchurch.


Me encontré parado frente a su muralla de piedra de 8 pies de alto. Habría saltado la muralla para ahorrar tiempo, pero algún obtuso colocó púas sobre ella para impedir que alguien realizara éste acto. Tuve que caminar hasta el final de Peabody Avenue para encontrarme con la entrada. Observé el letrero que tenía escrito: "Cementerio Christchurch: Ingreso únicamente por la entrada principal. Abierto todos los días de 7 AM a 6 PM".

Estaba cerrado. O al menos debería estarlo. Hace tiempo me di cuenta de que el cuidador del cementerio era un inepto, y nunca cerraba la puerta correctamente cuando partía. El cementerio se mantenía abierto a cualquier hora de la noche. aguardando a ser visitado por un ser decaído como yo.

Sin más demora, empuje la reja hacia delante e ingresé al cementerio. La primera vez que vine, siendo un niño, salí totalmente traumatizado. En 1905 hubo una epidemia de tifoidea, causando una sobrepoblación en el cementerio. De noche no se notaba, pero durante el día podía encontrar restos de cuerpos sin embalsamar a donde sea que volteara. A veces tropezaba con algún cráneo a medio devorar por los gusanos, pero finalmente a todo se acostumbra el humano.

Todo era oscuro, y me encantaba. Caminé entre las tinieblas y los gusanos hasta llegar a un pequeño monte, sobre el cual aguardaba mi destino. Subí y llegué a la lápida de la difunta Annabel... Mi amada Annabel Lee.

La inscripción de la lápida decía: "Amó con un amor que era más que amor", y no podía ser más cierto. Annabel no vivía con otro pensamiento más que amar y ser amada por mi. Por eso, desde que murió el primero de marzo, no he parado de venir cada noche y recostarme junto al sepulcro de mi amada.

¿Desde que murió?


Era la medianoche del primero de marzo, y yo llegaba a casa después de haber descubierto rastros de una tribu vudú cerca de las Everglades de Miami. Era una tribu muy extraña, cuyas costumbres serán relatadas en otra historia, en otro tiempo. Recuerdo haber visto varias fotografías de sus ritos. Sin embargo, lo que me había llamado la atención era la figura de apariencia pulposa que observaban. En el instante en que saludé a Annabel, comencé a oír extraños sonidos en mi mente. No estoy muy seguro de que hayan sido sonidos... Más bien era una percepción extraña que sólo mi imaginación podía interpretar como sonidos. No importa. Esos "sonidos" hicieron que tomara mi paraguas y lo usara para matar a Annabel. Matarla de una manera hermosa, sublime.

Hice que pareciera que ella había cometido suicidio. Sin embargo, nadie me creyó. Mucha gente intentó asesinarme, incluso hubo quienes propusieron que se me practicara un exorcismo. Para mi fortuna, fueron los policías quienes me atraparon primero. Intentaron condenarme, pero el juez me sentenció a pasar varios años en un manicomio al llegar a la conclusión de que estoy terriblemente loco. Y tal vez lo esté.

Desde aquel entonces, escribo estos versos en el papel de baño que me permiten usar en el manicomio. Espero el día en que Cthulhu al fin despierte, y que, dentro de su ominosidad, la no-vida cobre su verdadero significado. Lo espero desde mi celda, en donde Arkham sólo existe porque yo quiero que exista. En donde podría matarte si yo quisiera.

Justo como lo hice con ella. Era demasiado hermosa... Incomprensiblemente hermosa.

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Sí te gustó el texto, recomiendo ampliamente que leas los poemas "The Raven" y "Annabel Lee" de Edgar Allan Poe, así como el cuento corto "The Call Of Cthulhu" de H.P. Lovecraft, ya que el texto fue fuertemente influenciado por esas obras.