Cácuaro

- ¡¡Sal de aquí!!
- Sandra, vamos a tranquilizarnos un poco.
- ¡¡TE ODIO!!
- Sandra…
- ¿Cómo has podido hacerme esto? ¡No haces más que engañarme! pero ojalá te vayas al infierno como el maldito bastardo que eres… ¡Cabrón!
 - Eso no es cierto, déjalo ya.
- ¡¡Sal de aquí ahora!! No te quiero ver, ¿qué no ves que me dan ganas de matarme?
- Sandra, yo te quiero.
- ¡¿Acaso no tienes vergüenza?! ¡Largo de aquí, cabrón! Eso es lo que eres: ¡¡UN CABRÓN DE MIERDA!!
- ¿Qué se supone que haga si me voy?
- No me interesa, vete.
- Está bien.
- ¿Lo ves? ¡¡De seguro irás con alguna golfa!! ¿Cómo no lo vi desde antes?
- Pero tú eres la que me está pidiendo que me vaya…
- ¡¿Eso querías no?! ¡Vete con una de tus golfas!
- No, yo no te quiero perder. ¿Qué te parece si te marco en la noche?
- ¡Jamás me vuelvas a marcar! ¡Jódete!
- Pero…

Sandra tomó el tostador que estaba junto a ella y me lo lanzó. Apenas pude esquivarlo. Vi como el tostador se quebraba en pedazos al pegar con la pared y caer el suelo.

- ¡Sandra, te estás volviendo loca! – grité.
Entonces se tiró de rodillas al suelo y comenzó a llorar. Tenía todo el maquillaje corrido.
- ¿No ves que estoy loca por ti? ¿Por qué me engañas? ¿POR QUÉ?
- Sandra, yo no te engaño. Yo te amo.
- ¡Ya no aguanto tus mentiras! ¡CABRÓN! ¡Sal de mi casa porque te juro que estoy a punto de matarte!

Así que salí de aquella casa y caminé por la banqueta hacia ninguna parte. Después de lo que acababa de pasar me había quedado sin planes y tenía toda la tarde libre.

Es curioso cuando uno camina hacia ninguna parte, sin rumbo. Se siente un vacío interesante, incertidumbre tal vez. Por otro lado es una de las actividades más inocentes que quedan hoy en día: caminar sin rumbo no implica absolutamente nada, solo eso. Y sin embargo casi nadie lo hace. Queda poca inocencia entre nosotros.

Pero en fin, yo quería a Sandra. Era una linda persona, el problema es que en el mundo ya hay muchas lindas personas y aún así estamos jodidos. Así que no era la gran cosa. Definitivamente no iba a llamarla, por lo menos no hoy. Ni mañana. Probablemente todo se terminaría yendo a la basura como si jamás hubiera existido, si es que en realidad algo existió. Da igual.

Estaba un poco deprimido, eso sí. Pero era lo habitual. En realidad las lágrimas nunca alcanzaban a brotar. Hace años lo habían dejado de hacer y la verdad es que yo estaba conforme con eso. No llorar tal vez me ahorraba un poco de tiempo, vida o lo que sea.

No voy a sufrir – me suelo decir - la gente ya sufre demasiado. Todos. Los problemas amorosos siempre estarán de moda en ese sentido, (aunque tal vez moda no sea la palabra correcta). Pero me refiero a que las expectativas de la gente no suelen ser conformes a la realidad, aunque nadie se da cuenta.

Es la razón por la que las canciones de amor y las telenovelas gustan tanto. Hay un punto en que todos nos sentimos identificados con la historia, pero es porque nos venden situaciones que a todos nos suceden. Truismos amorosos. Eso sí, las telenovelas siempre tienen un final feliz. Esa es la trampa.

No digo que no me gusten los finales felices y las historias de amor, por supuesto que hay novelas, poemas y canciones que valen la pena. El arte es arte y hay que saberlo apreciar. De lo que me quejo es que muchas veces la desilusión que experimentamos es en gran medida consecuencia de las ideas que nos venden desde pequeños. Durante toda nuestra vida nos educan en un mundo regido por cuentos como el de “El príncipe azul” y “la media naranja”. Lo vemos en los cuentos de hadas y en las películas de Hollywood. Fantasías que en realidad no es seguro que experimentemos, pero nos las repiten tanto que las empezamos a creer. Entonces crecemos con la certeza de que vamos a encontrar a alguien, desarrollando una fe ciega en eso del amor. Y vamos por ahí buscando nuestra media naranja y siendo pacientes – o tal vez ilusos – pues el futuro ciertamente es muy incierto, y eso nadie nos lo recuerda.

La realidad es que encontrar a la persona ideal es como sacarse la lotería. El mundo es demasiado crudo el resto de las veces. Es cuando te das cuenta que venderle fantasías a la gente puede ser nocivo. De por sí la realidad es bastante dura como para que nos vendan historias que solo aumentan –aún más- nuestras expectativas sobre el amor. Para que cuando caigamos nos duela más. ¿No sería mejor si en vez de eso nos prepararan para lo peor? Así la caída no dolería tanto para quienes fracasan. Pero bueno, aquél que esté enamorado tal vez no concuerde conmigo. Todo es relativo.

Seguía caminando por la calle. Sandra era hermosa, tal vez la extrañaría por un tiempo. No lo sé. Entonces noté un olor nefasto. Algo por ahí olía a mierda, literalmente. Me detuve para observar las suelas de mis zapatos y me di cuenta que había pisada el regalito de algún perro, (espero que de algún perro). Así que esto iba de mal en peor. Tal vez era una señal del universo para que dejara de descubrir sus secretos. Como sea, continué caminando. Después de todo era lo único que sabía hacer más o menos bien.

A lo lejos logré ver un café con mesas al aire libre. El local no era muy grande. Tal vez era un buen lugar para perder un poco de vida. Al acercarme más vi a una mujer leyendo en una de las mesas del lugar. Era la típica mujer linda con lentes que encuentras en los cafés. Le voy a hablar –pensé.

Entonces mi día ya tenía un objetivo. Ya tenía rumbo y mi caminar ya no era tan inocente después de todo. Nadie es tan inocente después de todo.

Cuando llegué al café decidí pedir algo que me relajara lo suficiente como para de todas formas no hacer nada y regresar a mi casa. La vida tenía momentos bellos. El punto es que después de seis cervezas definitivamente todo estaba mejor. Los pájaros cantaban, el clima era perfecto y la chica lectora, que seguía sentada en frente, me parecía hermosa. Comencé a pensar cómo rayos iba a hablarle. Tal vez si supiera qué estaba leyendo podría pensar en algo. O tal vez ya tenía demasiado alcohol encima como para poder hablar sobre algo “intelectual”.

De repente un señor, como de 40 años, se sentó frente a mí tapando completamente mi vista. Era muy delgado, llevaba un sombrero de copa, usaba anteojos redondos y tenía un bigote algo extravagante, (Like a sir).

- Muévase – le dije.
- Te ves algo cansado – me respondió.
- No es su problema.
- También eres algo agresivo…
- No, sólo estoy algo borracho.

Entonces el tipo alzó la mano y nos pidió una cerveza a cada uno.

- ¿Acaso me quieres matar? – le pregunté.
- No. Solo quiero platicar un poco, si no te molesta.
- Está bien. No voy a desperdiciar la cerveza.
- ¡Perfecto!
- ¿Y qué vamos a platicar?
- Pues no sé, si pudieras escoger hacer algo, lo que sea, ¿qué harías?
- ¿A qué quieres llegar?
- Solo responde lo que te pregunto, por favor.
- No lo sé. Me gustaría saber volar, o tener vista de rayos X, o detener el tiempo tal vez.
- ¡Oh! ¿Detener el tiempo?
- Sí eso dije.
- ¿Y qué harías para lograrlo?
- No lo sé, eso es imposible viejo.
- Mmm…

El tipo me miró fijamente. Parecía que quería decirme algo, pero no estaba seguro de cómo decirlo. Entonces habló:

- ¿El tiempo es temporal?
- ¿Qué? ¿A qué te refieres?
- Mmm… mira, te voy a contar algo que me pasó hace algunos años, cuando era niño.
- ¿El cuento va a durar mucho?
- Tranquilo, te va a gustar. Yo tenía como 5 años – ¿me sigues? -, recuerdo que era otoño y había muchas hojas naranjas y amarillas regadas por el jardín de mi escuela.
- Ajá…
- En ese entonces había dos niños que me molestaban diario. ¡Era un infierno! Tenían dos o tres años más que yo y ya sabes, me quitaban el almuerzo, mi dinero y luego me golpeaban. Yo llegaba con sangre y moretones a mi casa, era horrible. Mi madre me preguntaba que qué me había pasado y yo siempre le decía que los moretones me habían salido por jugar futbol. Le decía que yo era el portero. La verdad es que tenía miedo que mi madre se metiera con ellos…
- Eso es tonto, le debiste haber dicho a alguien…
- Lo sé. Ahora suena tonto, pero es que en serio les tenía miedo, ¿sabes? En verdad me golpeaban duro. Me dejaron inconsciente un par de veces. Recuerdo despertar y sentir ese dolor. Apuesto que tú no lo has sentido nunca muchacho.

El punto es que era otoño y mis padres no llegaban por mí al colegio. Yo estaba jugando en el jardín, y no había nadie más, o eso creía. De repente escuché las voces de los dos chicos que solían golpearme. Interrumpí lo que hacía para escuchar mejor y noté que se acercaban, así que decidí esconderme. Estaba muy nervioso y comencé a sudar mucho. Decidí que lo mejor era esconderme entre los helechos del jardín. Eran grandes y frondosos y por alguna razón seguían teniendo todas sus hojas. Así que me escondí ahí deseando con todas mis fuerzas que no me encontraran. Ellos, por su parte, sabían que yo andaba por ahí. Recuerdo que los veía desde los helechos buscándome por todas partes, pero no me encontraban. Comenzaron a enojarse mucho. Entonces se acercaron lentamente a mi escondite y buscaron por ahí. Yo sudaba mucho, sentía que mi corazón iba a estallar. Era tanta la presión que no me di cuenta que me hice del baño. La pipí comenzó a escurrir entre los helechos y se empezó a formar un charco justo donde ellos estaban parados buscándome. Sabía que era mi fin. Ellos no tardaron en notarlo y cuando me vieron, pude ver cómo sonreían. Una de las sonrisas más crueles que he visto en mi vida. Yo estaba hecho bolita y todo mi cuerpo estaba tenso, cerré los ojos con todas mis fuerzas y mis dientes rechinaron dentro de mi boca…

- ¿Entonces? ¿Te golpearon?
- … Cuando abrí los ojos, recuerdo verlos a ambos inmóviles. Como estatuas. Me di cuenta que todo estaba callado. Me levanté con miedo de mi escondite y ellos seguían sin moverse. Algo raro sucedía.

Salí de ahí algo apresurado, como pensando que tal vez me fueran a perseguir cuando me moviera, pero nada. El silencio era penetrante. Jamás me había sentido así. Miré a mi alrededor y noté, un poco lejos de mí, un pajarito recogiendo migajas del suelo. Pero el pajarito tampoco se movía. Nada se movía. Incluso el viento se había ido. Fue cuando me di cuenta de lo que había logrado: ¡había detenido el tiempo!

- No te creo nada.
- Lo sé. Sé que es difícil. En realidad no me importa si no me crees, pero imagínalo por un momento. El punto es que, cuando me pude tranquilizar, me di cuenta que podía salir de ahí sin problemas. Todo estaba en mis manos. Después de aquel día esos dos no me volvieron a encontrar jamás. ¡Por fin sabía cómo escapar de ellos!
- Eres muy bueno inventando historias.

Me incliné un poco para ver si la chica de lentes que había visto en un principio seguía en el lugar, me alegré al ver que sí y le di un buen trago a mi cerveza. Eso era bueno. Empezaba a atardecer y en el cielo se formó ese curioso cúmulo de nubes color naranja que de vez en cuando uno tiene la suerte de ver, si es que se acuerda de mirar al cielo.

- Te voy a hacer un truco de magia – me dijo el señor del sombrero de copa.
- ¿También sabes magia? – le pregunté desinteresado.
- Sí. Voy a desaparecer tu cerveza, observa…

El tipo miró fijamente mi cerveza, luego cerró los ojos y tensó su rostro. Podía verle algunas venas saltonas en su frente. Estaba muy concentrado.

- ¡Cácuaro! – gritó.
Entonces miré para ver si mi cerveza seguía ahí pero me sorprendí al no encontrar nada.
- ¿Qué has hecho? – le pregunté asombrado.
- Desaparecí tu cerveza, como te dije que iba a hacer.

Busqué por debajo y por arriba de la mesa, miré a mi alrededor, y nada. La botella de cerveza había desaparecido.

- Creo que ya estoy ebrio – le dije.
- No. Simplemente detuve el tiempo, te digo que yo puedo hacer eso. Al detener el tiempo me encargué de tomar tranquilamente tu cerveza y llevarla a algún lugar donde no la pudieras ver. Hice esto mientras el mundo estaba en pausa.
- Eso es imposible.
- No lo es. Yo tampoco lo creía al principio, pero durante años lo he logrado perfeccionar.

El tipo alzó la mano de nuevo y nos pidió otras dos cervezas.

- Gracias – le dije.
- Yo te puedo enseñar – respondió.
- ¿A detener el tiempo?
- Sí, no es muy difícil.
- ¿Y cómo es eso?
- Primero necesitas creer.
- Eso es complicado.
- Lo sé, pero inténtalo.
- Está bien ¿y luego?
- Luego necesitas fijar la mirada en algo, lo que sea. Pero el chiste es sentir miedo verdadero.
- ¿Miedo verdadero?
- Sí. Si te resulta muy difícil tal vez te sirva recordar alguna situación en la que hayas sentido mucho miedo. Yo suelo recordar la historia que te conté.
- Bien.
- Por último debes concentrar todas tus fuerzas hacia tu cabeza. Como si quisieras que la cabeza te explotara, ¿me explico? Y cuando sientas que es el momento correcto, cierras los ojos y dices: “Cácuaro”.
- ¿Eso es todo?
- Sí, cuando abras los ojos el tiempo se habrá detenido.

La verdad es que no le creía nada. Ni siquiera me esforcé en intentarlo, pero este tipo no era muy normal y me causaba cierto interés el seguir platicando con él. Además, definitivamente había desaparecido una cerveza. Una persona que desaparece cosas merece todo el respeto del mundo.

- Mira, puede que ahora no me creas – dijo - pero cuando esto sea tu última opción, sé que lo intentarás. Todos lo hacen.

Entonces el sujeto se levantó de la mesa y se fue caminando. Extraña plática había tenido con él. Tal vez eran las ocho cervezas que tenía encima o tal vez el mundo sencillamente no tenía sentido. Creo que eran ambas.

Miré a la chica de lentes que seguía leyendo en la mesa de en frente. Ella pareció notarlo, me miró y sonrió levemente. ¿Era mi imaginación?

Tal vez eso era lo que necesitaba: una mujer que lea, que pierda las tardes en un café ignorando al mundo y que sea relativamente feliz. En realidad había pensado eso desde hace tiempo. Mi prototipo de mujer perfecta es aquella que lee, que es tranquila y desinteresada. Incluso un poco torpe. Alguien que se vea mejor con anteojos que sin ellos.

Sin embargo eso era pura basura. En realidad uno nunca sabe qué tipo de persona es su pareja ideal. Vivimos deseando algo cuando en realidad no sabemos si somos compatibles con eso. Nos pasa a todos. Y es lo mismo con las mujeres: quieren un hombre que las haga reír, que sea sincero, tierno y caballeroso. Hasta parece que me lo sé de memoria. Pero muchas veces si uno es sincero, tierno y caballeroso desde el principio termina siendo sólo un amigo más. Los hombres que sean suficientemente vivos se habrán dado cuenta de eso y lo evitan a toda costa.

Y es que el humano puede tener la certeza de querer algo y contradecirse. La mente solo es un adorno, pues nos seguimos dejando llevar por los instintos, igual que cualquier animal.

Interrumpí mi debraye porque me entraron unas ganas terribles de ir al baño. Después de ocho cervezas hasta me extrañaba el no haber ido al baño antes.

El punto es que me levanté y caminé hasta llegar al baño del café. Cerré la puerta con seguro y comencé a descargar. No hay mucho que escribir cuando uno narra que se mete a un baño a mear, en lo único que pensaba era que saliendo de ahí me sentaría con la chica de lentes y hablaría con ella de lo que fuera.

Entonces salí del baño, respiré profundo y me dirigí a su mesa.

-Hola – le dije mientras me sentaba junto a ella.
Pero antes de que me pudiera responder, alguien nos interrumpió.
- ¡Eres un cabrón!
Giré mi vista y lo primero que vi fue a Sandra observándome desde el otro lado de la calle. La gente empezó a voltear.
- ¿Sandra?
- ¡¡LO SABÍA!! – Sandra se acercó hasta donde yo estaba.
- ¿Qué demonios haces aquí? – le pregunté.
- ¡¡Sabía que te encontraría aquí con alguna golfa!!
- Pero no estoy haciendo nada…
- Por supuesto que no, ¡llegué justo a tiempo!
- De qué hablas, ¿estás loca?
- ¡¡No me insultes!! ¡cabrón!
- ¡Cácuaro! – Grité. Pero todo seguía igual.
- ¿¿Qué??
- ¡Cácuaro!
- ¿¡Qué demonios haces!?
- No necesito esta mierda.
- ¿¿Qué intentas??
- ¡Cácuaro! – Pero nada cambiaba, empezaba a verme un poco ridículo.
- ¡¡Deja de ignorarme!!
- ¡Cácuaro! ¡CÁCUARO!

Y entonces sucedió. Un verdadero silencio se apoderó de todo, jamás había sentido algo parecido. Como si todo muriera menos mi alma, si es que tenía alguna. Noté que mi corazón también había dejado de latir, era hermosamente escalofriante. Sentía que algún tipo de fuerza fluía dentro de mi cuerpo y se paseaba por mis venas alegremente. Tal vez era la primera vez que me sentía poderoso, o la primera vez que me sentía vivo.

Me acerqué a Sandra, sentía una especie de calor emanando de ella como si hubiera fuego en su interior, recorriéndola. Podía sentir que estaba viva. Tal vez en verdad me quería.

Su gesto de rabia me incomodaba un poco. Estático, tosco. Noté unas cuantas lágrimas escurriendo por sus mejillas, pero las lágrimas no se movían en absoluto. Pude apreciar una pequeña gota, una lágrima que flotaba por debajo de su rostro. Podía ver mi cara reflejada en esa gota y quedé cautivado por un eterno segundo. Luego le resté importancia. Después de todo, el tiempo no existía. Y podía ver al mundo sin que el mundo me viera a mí.

Esto de detener el tiempo era lo mejor que me había pasado en toda la semana, parecía interesante. Luego seguí mirando a Sandra.

En verdad es hermosa – pensé - mañana tal vez le llame.

Y caminé hacia ninguna parte, inocentemente.

Sombras en los Retratos

El cielo se estaba cayendo. No había un techo en todo San Ángel que me cubriera de la lluvia, y tampoco pensaba buscarlo. Caminaba por esas calles apedreadas, salpicándome con los charcos, hundiendo mis botas en el barro. Levantaba la vista al cielo y veía que se encontraba llorando, lleno de sombras, oscuro. Tal vez así me vean los otros.

El canto de la melancolía susurraba en mis oídos. Ya llevaba mucho tiempo caminando por esa calle, hace mucho tiempo que debía de haber llegado al otro lado. No le he encontrado el fin, o tal vez no he querido hacerlo. El mismo canto ha encontrado reposo en mis oídos desde que camino solo, pero no me he acostumbrado a su solemne frío. Camino y camino, y cada vez me hundo más en el barro.

Y ese canto se filtra por mi ser y envenena mi alma, nubla mi razón. En la calle de la locura no sabes si vas en la correcta dirección, pero siempre escucharás la misma triste canción. Suelo caminar de frente, pero no sé si ese frente sea siempre el mismo. Voy bailando por las lagunas que se forman en éste reflejo de mi ser, a veces me ahogo en un abismo o en otro.

Lo importante es que nunca he llegado al otro lado de la calle. El problema es que ya no sé cuál es el otro lado. Ya hace un rato que me quité los zapatos y comencé a caminar descalzo. Las piedras mojadas se sienten tan reales como el amor del que Shakespeare alguna vez llegó a escribir un cuento. Sé que no estoy soñando, porque, aunque todo se encuentre muerto y gris, siento la lluvia ahogarme los pensamientos, llenarme de añoranza el cuerpo.

No sé dónde me perdí, pero recuerdo que terminé aquí parado por quedarme mirando esos retratos pegados en los muros. A veces juego a pensar que la historia que cuentan esos retratos aún sigue siendo real, y no ésta calle empapada, oscura, eterna. Ya no sé si soy falso, o si soy real, pero sé que la melancolía que sangra por el suelo es más bella que cualquier cosa que alguna vez llegaré a sentir. Y es esa melancolía la que nutre lo que queda de mi alma y me permite ver estos retratos, aunque la añoranza me haga encontrar algunas sombras en ellos.

A veces viene un tal Rodrigo a visitarme, a preguntarme qué hago aquí, a querer llevarme. Lo veo venir con su traje y su reloj, empapándose, no con la lluvia, sino con la melancolía que desborda la inquietud de su alma. Tal vez sea bueno para disimular su locura, pero él encuentra más sombras en los retratos de las que podría llegar a encontrar yo. Cuando viene a visitarme, se queda días mirando los retratos, riéndose para no llorar. Sumergido en la locura para no agonizar. Entonces se desnuda y es como es en realidad, y llora y grita, y su melancolía es la más virtuosa y auto destructiva que se podrá ver jamás.

Y cuando ya no aguanta más, se vuelve a poner su traje y su reloj, se limpia las lágrimas y, no sé cómo, desaparece del otro lado de la calle. Regresa  a disimular que no está loco, que la añoranza no lo está matando por dentro. Y lo comprendo, ¿a qué loco no juzgarían los humanos?

Pero el canto de la melancolía lo vuelve a llamar, y lo puedes volver a ver llorar, mientras esos retratos regresa a mirar. Y se vuelve a perder en ellos, en las sombras que le vuelven a contar la historia. Y ese es el Rodrigo que yo conozco, y el que, sólo a través de las letras, tú conocerás.