En la vida ocurren
accidentes fortuitos, uno de los míos fue descubrir a Tolkien.
Voluntario en la Primera
Guerra Mundial, profesor de Oxford y creador de la épica fantástica,
escribió El Silmarillion, El Hobbit, El Señor de los Anillos, Los
Hijos de Húrin y, aunque muerto, podemos intuir que sigue
escribiendo; al igual que Balzac, su obra fue tan grande que no le
dio la vida para terminarla.
El día ha terminado,
mis ojos se cierran pero largo es el viaje que me espera
Cuentan que Balzac quiso
escribir 137 novelas interconectadas, que unidas, formarían La
Comedia Humana. Murió con 85 novelas completas, las
restantes nunca fueron terminadas. Tolkien fue más afortunado, si
bien su vida tampoco le permitió escribir lo que quiso, sus obras
fueron editadas por su hijo, y publicadas póstumamente, como El
Silmarillion y Los Hijos de Húrin.
Adiós, amigos, oigo
la llamada. Junto al malecón de piedra la nave aguarda
Tolkien inventó cinco
lenguas: el adûnaico, hablado por los antiguos Dúnedain de
Númenor; el oestron, lenguaje extendido entre los hombres de
la Tercera Edad; el hobbítico, una variante rústica del
oestron; pero las de mayor desarrollo, y las más bellas, son el
quenya y sindarin,
ambas lenguas élficas. Los poemas en élfico tienen
rima, sintaxis y significado:
Ai! Laurië lantar lassi súrinen
¡Ah! ¡Como el oro caen las hojas en el viento,
téni únotimë ve rámar aldaron!
e innumerables como las alas de los árboles son los años!
("El lamento de Galadriel", El Silmarillion)
Como Bradbury en Crónicas
Marcianas -los marcianos son el espejo, la proyección de nuestra
condición humana- Tolkien muestra nuestras virtudes y debilidades
reflejadas en otras razas de la Tierra Media.
Al principio sólo estaba
Ilúvatar (en quenya “el Uno”) -un dios creado por Tolkien- morando en las Estancias
Intemporales. Sabemos por El Silmarillion que Ilúvatar compuso la
Ainulindalë, una melodía que proyectaba su destino; entonces decide
darle ser a la Música, y de ella emerge Eä -el cosmos- limitada por los principios del espacio
y el tiempo.
Dentro de Eä, creó a los Valar, espíritus independientes que representan fracciones de su propio pensamiento.
Dentro de Eä, creó a los Valar, espíritus independientes que representan fracciones de su propio pensamiento.
Sombras alargadas ante
mí se extienden, bajo la inabarcable bóveda celeste;
Los
Valar tienen la tarea de preparar un lugar para recibir a los Hijos
de Ilúvatar; actuando como demiurgos, sin conocimiento del proyecto
final, crean Arda -la Tierra- y la separan en dos
grandes continentes: Aman y la Tierra Media.
El
drama surge a partir de la rebelión de Melkor, un Valar que traiciona a Ilúvatar e intenta
dominar Arda, para ello seduce a algunos espíritus Maia (Valar de menor categoría) y los recluta para la guerra, uno de ellos fue Sauron.
Será
en la Tierra Media donde aparecerán los primeros Hijos de Ilúvatar:
los elfos.
Su
don fue la sabiduría, y en su espíritu, que es inmortal, parecido
al de los Valar, echaron raíces las ciencias y las artes. Los elfos
son inmortales, si su cuerpo se destruye su ser continúa merodeando hasta volver a nacer.
En la
Primera Edad se dividieron en dos grupos: por un lado, los que
emigraran a las Tierras Imperecederas, más allá del mar; y por el
otro, los que permanecieron en la Tierra Media.
Pero hay unas islas, más allá del Sol, y las alcanzaré antes de
que todo acabe
Aulë,
uno de los Valar, impaciente por contemplar a los Hijos de Ilúvatar,
moldeó la tierra y creó a los enanos. Se cree que los enanos no
mueren, sino que se descomponen para regresar a la tierra de la
que salieron una vez.
Al
final, los Hijos Menores de Ilúvatar llegaron a Arda: los
hombres. Los relatos cuentan que despertaron cerca de Hildórien, y
que llegaron desde el oeste. Los
hombres fueron inferiores a los Elfos en todas sus manifestaciones; sólo en una cosa fueron diferentes, recibieron el don de poder morir, que mal interpretaron como una maldición.
El
tiempo los separó en dos grupos mayoritarios -los Dúnedain y los
Rohirrim-. Recordemos que los Hobbits surgieron a
partir del linaje de los hombres de la Primera Edad.
Tierras hay al oeste
del Oeste, donde la noche es quietud, el sueño, reposo
Luego
de presenciar las innumerables batallas (con personajes que sucumben
ante la crueldad o se inmortalizan, por su nobleza, en un último
gesto de grandeza; las fundaciones y caídas de ciudades de hombres,
elfos y enanos; las tentaciones del poder, la vileza, la traición;
el fútil intento de dialogar con los dioses, siempre ciegos, sordos
y mudos, tan distantes del hombre) descubrimos en el trasfondo de las
miles de páginas, una historia de amor.
Guiado por la Estrella
Solitaria, más allá del último puerto
La
obra de Tolkien es el amor imposible entre Beren y Lúthien, que
vuelve a repetirse con Aragorn y Arwen.
Nave, nave mía. El
Oeste busco, y campos y montañas siempre benditos
Cuando
emprendemos la retirada del universo tolkieniano -y dejamos la novela
en el sofá- la vida se nos presenta incompleta, como si las personas
de la realidad nos decepcionaran al lado de estos otros personajes,
valientes, heroicos, admirables. Luego de ser Bilbo, Fëanor, Eówyn, que es ser Tolkien, la realidad nos parece decepcionante. Quizás por
eso Tolkien escribía, quizás por eso encontramos un refugio ante
los infortunios, en sus novelas; donde somos esos personajes y mundos
y grandes ideales y amores y gestos heroicos que vuelven a crearse
cada vez que volvemos a vivir en sus páginas.
Adiós al fin a la
Tierra Media. ¡Sobre tu mástil diviso ya la Estrella!*
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* “Bilbo's Last Song”.
Último poema que Bilbo cantó en los Puertos Grises, antes de partir
a las Tierras Imperecederas.