Endorfinas Hijas de Puta

Durante esta exposición entenderé a la endorfina como la sustancia culpable de que me enamore de una mujer.

"Endorfina" es una palabra bastante peculiar. Para empezar, su etimología es muy interesante: viene del griego "ενδο" que significa "dentro", y "morfina", que es relativa a Morfeo. Morfeo, para aquel párvulo que se lo pregunte, es el dios de los sueños (de acuerdo con la mitología griega). También es bueno recordar que la palabra "morfina" es utilizada en nuestros días para designar una potente sustancia que es comúnmente utilizada como analgésico. Una endorfina, según la medicina moderna, es un neurotransmisor, o en cristiano, una biomolécula que transmite información a la neurona o a otra neurona consecuente. Si mi exposición hasta ahora ha sido algo clara y coherente, ahora estarás de acuerdo en que "endorfina" es una palabra bastante peculiar.

Empecemos por su etimología. Como ya dije, la palabra proviene de "endo" y "morfina", dando como resultado algo parecido a "endo(genous) (mo)rfine". Entonces, podríamos preguntarnos ¿esto quiere decir que una endorfina es un sueño que viene de nuestro interior que a su vez intenta servir de analgésico para transmitir información a nuestro cerebro?

Vamos por partes: "una endorfina es un sueño". Por sueño entiendo aquella representación en la fantasía de sucesos e imágenes. ¿Una endorfina es esto? Apenas vamos empezando y ya suena grave. Podría interpretar esto como que la sustancia culpable de que me enamore es un mero fantasma, que nos ataca mientras estamos desprevenidos deambulando por la ominosidad de nuestra fantasía. Endorfina hija de puta, aprovecha que nos encontramos imaginando cosas de las que Freud se asustaría para tomarnos por sus prisioneros. Pero esto no es del todo cierto, la endorfina no nos toma como su prisionero, nos toma como prisionero de alguna mujer.

La RAE define, en pocas palabras más, a la endorfina como una sustancia que posee un efecto narcótico. Dicho efecto provoca narcosis, que es una disminución de la sensibilidad y la consciencia. Es decir, que si de por sí ya nos encontramos perdidos en el mundo de nuestras fantasías, dicha sustancia nos idiotiza todavía un poco más y nos hace estar totalmente indefensos a lo que, a partir de éste momento, llamaré la dictadura de la mujer.

La parte buena es que aquí Nietzsche aparece para salvarnos. En "El Nacimiento de la Tragedia" dice que en los sueños se manifiestan nuestras fantasías, nuestros placeres y nuestras alegrías, por ello es que esto es una alegre necesidad. Lo que nos interesa es que Nietzsche advierte que esto sólo es una apariencia, una máscara que oculta otro mundo más profundo donde se manifiesta la embriaguez y el hombre finalmente se desintegra en el olvido de uno mismo.

Librándose de la mujer. Vamos bien.

Pero imaginemos que no todos somos Nietzsche y nuestro mundo se reduce al mundo onírico, donde seguimos siendo prisioneros de la mujer, porque ella es la que, al entrar en nuestra vida, regula nuestras fantasías, esclaviza nuestra alegría y prostituye nuestras ilusiones. Esto suena tan malo y deprimente que estoy listo para continuar.

Para empeorar las cosas, expandamos nuestra expresión a "una endorfina es un sueño que viene de nuestro interior". Por si no fuera suficiente ésta dictadura de la mujer en el mundo de nuestros sueños, ahora debemos de entender que ésta sumisión viene desde nuestro interior. De esto no diré mucho, ya que no es muy difícil de entender. Me limitaré a decir que, si eres un hombre y lees esto, tal vez te traicione esa herencia machista que tienes en tu interior y me etiquetes como un tarado ultra sensible y sometido a la dictadura de la mujer. Pero permíteme informarte que todo hombre heterosexual lo está, a menos que tengas una glándula pituitaria y un hipotálamo tan ineficientes que no segreguen endorfinas. Y en ese caso, qué mala genética, compañero lector.

Con esto quiero decir que el deseo de someternos a la dictadura de la mujer viene de nuestro interior, es algo inherente a nuestra naturaleza. A través de la historia y la mitología ha habido un infinito número de ejemplos de lo que sostengo. Por ejemplo, por más alfa que fuera el jefe de la tribu, por más fuerte que fuera el Rey Arturo, por más mujeriego que fuera Tony Stark, todos fueron sometidos a través de las endorfinas a la dictadura de la mujer. El ejemplo más claro que tenemos de la intromisión de la mujer en nuestros sueños es el del súcubo, un demonio que, según las leyendas medievales, toma la forma de una mujer muy atractiva para seducir a los hombres introduciéndose en sus sueños y fantasías. Imagínense al pobre Cid Campeador asaltado por uno de esos engendros mientras soñaba con acercarse a una hermosa aldeana a través del amor cortés.

Pero vamos, que si nuestro cuerpo segrega a éstas hijas de puta, al menos nos aminora la pena. Ampliemos nuestra expresión a "una endorfina es una hija de puta un sueño que viene de nuestro interior que a su vez intenta servir de analgésico". Es decir, nos jode la existencia enamorándonos de una mujer, pero menos mal que aminora el dolor. Aquí podemos comparar el dolor de ser sometidos a la dictadura de la mujer con el dolor de contraer cáncer de piel, por ejemplo. Podríamos decir que la endorfina funciona como un analgésico que nos hace entrar en un estado de miseria mental de tal gravedad que idealizamos a la mujer como un ser bello y perfecto. Y tal vez esa descripción que acabo de hacer de la mujer sea la más acertada que he hecho en mucho tiempo, o puede ser el efecto de las putas endorfinas. Siguiendo la línea del súcubo, la etapa del analgésico podría compararse con la etapa en la que el demonio nos seduce antes de chuparnos la sangre.

Y así llegamos al final de nuestra expresión, que queda definida como "una endorfina es un sueño que viene de nuestro interior que a su vez intenta servir de analgésico para transmitir información a nuestro cerebro". Esto nos hace entender que el único propósito de aminorar el dolor de la dictadura de la mujer es que nuestro cerebro pueda asimilarlo y quede enamorado al instante que una mujer nos sonríe, nos toma de la mano o nos entrega su cuerpo.

En pocas palabras: nuestro propio cuerpo nos tiende una espantosa trampa. Primero nos pone a soñar, donde la idea de la mujer comienza a adueñarse de nosotros. Posteriormente, sirve de analgésico para que entremos en un estado de estupidez absoluta y aceptemos el último paso: que la información sea recibida por nuestro cerebro y caigamos instantáneamente enamorados y felices y totalmente pendejos.

Y es así como éstas hijas de puta (las endorfinas) hacen que nos enamoremos cada semana, cada día, cada hora o cada sonrisa. Que caigamos rendidos ante la chica del pelo castaño y los pechos pequeños, que escribamos poemas y cuentos como tributo a la creación de la mujer perfecta. Que no durmamos por leer a Girondo para tratar de recitárselo al pie de la letra a nuestra siguiente dictadora, que ya queramos que sea lunes para volvérnosla a encontrar en los pasillos de la universidad. En fin, que nos volvamos unos pendejos por ellas.

Pero, en realidad, qué satisfactorio es estar con una mujer. Sentir sus dedos recorriendo tu brazo, sus labios contra los tuyos. Percibir el olor de su pelo y flotar juntos al hacer el amor. Derramarse sobre su piel y volar con ella hasta el cielo. Y así enamorarnos, y seguir soñando. Y preparar el té mientras espero a que salgan las letras que mejor la describan, fumar un cigarro mientras intento juntar las palabras. Todo esto gracias a dichos neurotransmisores hijos de puta. Benditas endorfinas.

===============================

Pido una disculpa por la inexactitud científica que pueda tener ésta exposición. Para su desarrollo, me baso en la libertad estipulativa sobre la palabra "endorfina" establecida al principio del texto y de un desarrollo bastante literal de algunos de sus significados convencionales, con la libertad de haber omitido algunos. Igual, espero lo disfruten =)

Un poema más


Me encontré perdido en un bosque frondoso,
huyendo de aquello sin ser vez primera.
Y ocultándome sólo, como cualquiera,
temblaban mis pies con andar silencioso.

El camino era oscuro, mi alma viajera.
Y siendo necio me ignoraba vacío,
más me encontró una flor con su rocío,
que me llenó de dulzura y primavera.

“¿Por qué estás tan sólo? ¿Qué haces perdido?”
- Susurró la flor con delicadeza,
moviendo su tallo con ligereza
y diciendo: “sígueme, que yo te cuido.”

Y entonces la flor me distrajo de aquello.
Y me cautivó con sus pecas, con sus ojos;
sin darme cuenta que sus pétalos rojos
me atrapaban en su bosque de un destello.

Y estando a oscuras, cuando calma sentía,
me abandonó la flor de forma artera.
Me encontré sólo, como cualquiera,
y me atrapó aquello de lo que huía.

----


(...y pues nada, ahora estoy enamorado).

Un Día En El Parque

Me gusta el parque. Uno puede venir aquí con los amigos o con la mujer y siempre obtendrá un buen resultado. Con los amigos puede jugar fútbol todo el día, o al menos hasta que las ganas de ir por una cerveza le ganen a las ganas de ver cómo César sufre en la portería. Siempre me ha gustado el fútbol, sobre todo porque la gente se enoja y hace berrinche y te manda a cagar cuando va perdiendo, pero no estoy escribiendo esto para hablar de las peculiaridades de jugar fútbol. Cuando se viene al parque con la mujer, o con cualquier otra, es una experiencia totalmente distinta. Se camina tomados de la mano, se alimenta a los patos, uno intenta quedar bien con la mujer jugando con los niños y, a veces, intentamos enamorarnos.

Ese día no había ido al parque a patear un balón o a enamorarme de alguien, aunque sí había ido con los amigos. Traía, tal vez, una de las peores crudas de mi vida y no sé por qué decidimos ir ahí, pero vamos, había un poco de sol y ya ven que eso les gusta a las niñas. No entiendo a las mujeres y su lógica de arrastrar a cuatro cabrones con ellas sólo para que vean cómo se asolean y se quedan con las gafas de sol puestas mientras se quedan perdidamente dormidas. En fin, hay que acostumbrarse a esto de tener amigas, al cabo tiene sus ventajas.

Teníamos a tres de nuestras amigas tiradas como lagartijas al sol. Ellas también se habían puesto una buena borrachera la noche anterior, por lo que la cruda hizo que se quedaran dormidas sobre el pasto. El clima era asqueroso, un calor húmedo de esos a los que estoy tan poco acostumbrado. La cruda era horrible y ya no aguantaba. Viendo que César se quedaba acostado con las niñas, le pedí a Iker que me acompañara a comprar un agua, y fuimos.

Pasamos al lado de una alberca donde unos cuantos niños aprovechaban el clima para jugar en el agua un rato. Unos chapoteaban y otros se meaban, cosa normal a esa edad. Seguimos de largo, sintiendo la pesada mirada de esas señoras de treinta y tantos años cuya fantasía es hacer el amor con hombres tan jóvenes como nosotros, pero mantuvimos el aplomo y el asunto no pasó a mayores. Doblamos la esquina y vimos lo que yo creía que era una tienda tipo 7/11 a unos cuantos metros. Continuamos el camino bajo ese horrible clima que sólo acrecentaba los nefastos efectos de la cruda, y después de tanta joda, llegamos a nuestro destino momentáneo.

Era una tienda de helados, pero no me desanimé, estaba casi seguro de que venderían agua. Me sentía demasiado mal y había demasiada gente formada. Aún así, ya habíamos llegado hasta aquí. Habíamos sobrevivido todo el trayecto y no podíamos regresar con las manos vacías. Hicimos fila mientras hablábamos de esas cosas que siempre hablamos, ya saben, hamburguesas y mis eternos problemas existenciales. La fila seguía avanzando y los niños pasaban corriendo a los lados lamiendo sus helados, pero ya no faltaba casi nada, unas 236 personas y llegábamos al final de la fila.

Pasaron unos minutos antes de que avanzáramos hasta el final, pero mi sufrimiento fue eterno. Sentía cómo el ron de anoche quería emprender la aventura de escalar desde mi estómago hasta la boca y asomarse a conocer el mundo. Afortunadamente no pasó nada, y llegamos hasta el mostrador.

Y la vi. Hermosa, perfecta, mirándome a los ojos. Una chica que parecía salir de una de de novelas donde las mujeres son demasiado hermosas como para existir. Me miraba con una sonrisa nerviosa, y creo que nos quedamos viendo un par de minutos hasta que Iker me dijo "apúrale, güey", y de mi boca salieron palabras en mi mejor francés.

- Quiero un agua, s'il vous plaît.

- Lo siento, monsieur, pero creo que no tenemos agua...

- Really?!

Y nos quedamos viendo como 3 eternidades seguidas. Me sonreía y sus ojos me invitaban a conocerla, y de seguro yo me veía tan tarado como nunca me había visto en mi vida. Noté que tenía un pequeñísimo lunar debajo del ojo, un detalle pequeño que me hacía amarla más de lo que ya la había empezado a amar. Tenía el pelo castaño claro atado en una cola de caballo, la piel blanca y pecas en algunos rincones de su cuerpo. Traía un típico uniforme de trabajadora y una estampa pegada en su pecho izquierdo, donde se leía su nombre.

- Claro que tenemos agua, joven.- Dijo una señora que pareció salir de la nada. Creo que era la dueña del lugar pero nunca estuve muy seguro. Al menos era la jefa.

- Déme la más grande que tenga.- Respondí, como un intento de regresar a la realidad.

Saqué el billete y pagué. Y me volví a quedar viendo a la chica, y ella a mi, pero fuimos interrumpidos. La jefa le ordenó ir por el agua que yo había pagado, respondiéndome tímidamente "lo siento, estoy en entrenamiento" y luego señaló la estampa pegada en su pecho izquierdo.

Vi que se dirigía a un refrigerador en un rincón de la tienda, así que decidí apresurarme y llegamos básicamente al mismo tiempo. Al intentar abrir la puerta para ver qué había adentro, nuestras manos se entrelazaron y así se quedaron para siempre. Y nos quedamos viendo, de nuevo. Y jugué con su mano, la acaricié con mis dedos. La tomé entre mis brazos, justo como se suponía que debía hacerlo. Ella temblaba, nunca le había pasado algo tan interesante en su vida, y tal vez a mi tampoco. Sentí cómo su cuerpo se acercaba al mío, sus pequeños pechos brindándome esa sensación de cercanía que todo hombre debe de sentir con una mujer cuando la ama. La amaba tanto, como nunca había amado a nadie en una tienda de helados. Inevitablemente nos besamos, y el mundo vibró bajo nosotros quebrando los retazos de realidad que giraban al rededor de nosotros, rompiendo los cimientos de cualquier convención que prohibiera lo que estábamos haciendo. Nos besábamos tanto y tan bien que todo se volvió como siempre debió haber sido. Y comencé a jugar con su cuerpo y a quitarle la ropa que tanto mal le hacía, e hicimos que la realidad se destruyera aún más y todo terminó en un beso y ella susurrándome al oído. Creo que viví toda mi vida en esos segundos, y la amé, y nunca dejaré de hacerlo.

Y entonces me acordé de Iker, y de la gente que estaba en la tienda de helados, y de nuestras amigas tiradas en el pasto sin tomar en cuenta que los Ray-Ban iban a dejarles una horrible marca en el rostro. Y giré la cabeza, y no había nadie. No había amigos, no había helados, sólo la chica de los pechos pequeños y yo. La volví a besar y la volví a amar, y la amé mil veces más, y ya nada importaba. Sólo quería la botella de agua que vine a comprar, coño.